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medida que la pandemia de COVID-19 se extendía por el mundo, distintos reportes periodísticos fueron dando cuenta de numerosos cambios ambientales que se produjeron a partir del confinamiento de las personas y la falta de actividad: las emisiones de carbono se redujeron a niveles históricos en algunas de las principales ciudades del mundo y especies de la vida salvaje aparecieron en lugares insólitos (pumas en Santiago de Chile, osos en el Yosemite National Park, en California), a modo de ejemplo.
Estos y otros relatos aparecieron copiosamente, obligándonos a replantear nuestros hábitos cotidianos en relación con el transporte, el uso de recursos y el espacio, el consumo y hasta el reciclaje. Como consecuencia, varios planificadores urbanos y especialistas ya se preguntan por la nueva cara de las ciudades y cómo deberíamos repensarlas para retomar la vida pospandemia en esta rara “nueva normalidad”.
En The World Without Us (El mundo sin nosotros, 2007), Alan Weisman se proponía investigar qué pasaría en el planeta Tierra y cómo reaccionaría el ambiente si los humanos simplemente desaparecieran. “Los espacios naturales son los que proveen las barreras entre los humanos y los microbios y las enfermedades que existen en el medio salvaje. Por eso los parques nacionales son tan importantes. Sin ellos, los bosques y las junglas, estaríamos más en contacto con virus como el SARS-CoV-2. Si continuamos empujando y favoreciendo la extinción de especies, los virus van a tener que ir a otro lugar”, explica este periodista e investigador que ha escrito sobre la compleja relación entre el crecimiento poblacional y el declive del ambiente.
“Más que nunca queda en evidencia que nuestro impacto en el mundo es muy negativo para los ecosistemas naturales, y que nuestra actividad afecta el equilibrio global al punto de que estamos enfrentándonos no sólo a una pandemia por una enfermedad zoonótica sino también a un cambio climático global generado por nosotros”, advierte Dafna Nudelman, especialista en temas ambientales y difusora sobre consumo responsable desde su cuenta @lalocadeltaper. Nudelman, además, nos propone no caer en binarismos a la hora de pensar nuestro impacto en el medio ambiente y el posible rol que podemos tener. “Sería un error considerar que los humanos no formamos parte del ambiente y que ‘la naturaleza’ está mejor sin nosotros. Es una falsa dicotomía porque nosotros somos parte de la naturaleza; pero no es de extrañarnos que surja algo así porque, precisamente, tenemos una forma de vernos como seres aislados y ‘superiores’ a los ecosistemas. La consideramos como un mero reservorio de ‘recursos naturales’ que están a nuestra disposición.”
Weisman también explica que quizás estos sucesos nos puedan ayudar a ver todo aquello que ahora nos sorprende que no esté y habíamos naturalizado (desde el canto de los pájaros hasta los cielos azules) pero, sobre todo, nos haga más conscientes de nuestra conexión con el medio y la responsabilidad personal y colectiva que tenemos.
¿HACIA UN PLANEAMIENTO URBANO DIFERENTE?
Un gran tema que entra en discusión a raíz de la covid-19, tanto por motivos ambientales como también socioeconómicos, tiene que ver con el planeamiento urbano y con detectar qué aspectos de la vida comunitaria en la ciudad deberán cambiar y cómo podrían hacerlo. De igual modo que la fiebre amarilla en el siglo XVIII y el cólera y la viruela en el XIX ayudaron a catalizar transformaciones urbanas que hoy consideramos esenciales –la existencia de bulevares, los sistemas de cloacas y plomería interna, el mapeo de enfermedades y hasta el surgimiento de los primeros suburbios–, el coronavirus podría propulsar numerosos cambios en la manera en que pensamos y vivimos las ciudades.
Si ciertas metrópolis ya están experimentando con transformaciones a niveles más básicos, como incorporar la arquitectura modular y reutilizable (es decir, la rápida construcción de estructuras por lo general de emergencia y la reutilización de espacios abandonados), el cierre de calles para generar espacio para los peatones que deben mantener distancia social y los ciclistas, así como para designar áreas para servicios básicos como los refugios, la enfermería o la gastronomía, los problemas subyacentes que la mayoría enfrenta tienen que ver con el manejo de los flujos migratorios, la superpoblación y la brecha económica. Tal vez sea por ello que es difícil pensar en términos netamente arquitectónicos o de desarrollo cuando hablamos del futuro de la ciudad.
Algunas medidas que ya se están considerando en forma de proyectos, o como recursos que los especialistas en planeamiento recomiendan, tienen que ver con reducir notoriamente la huella de carbono que los autos dejan. Por eso en París ya existe una agenda para limitar el uso de vehículos y favorecer la bicicleta, iniciativa que otras capitales europeas están considerando.
El Healthy Building Movement propone mejorar la salud a través de cambios concretos en la infraestructura, como favorecer la iluminación natural, la ventilación, la incorporación de plantas y el uso de menos sustancias tóxicas y otros materiales en la construcción.
También se está empezando a hablar de “healthy building”, ya que durante el confinamiento muchos nos hemos confrontado con las limitaciones del propio espacio. Así, el Healthy Building Movement propone mejorar la salud a través de cambios concretos en la infraestructura, como favorecer la iluminación natural, la ventilación, el uso de menos sustancias tóxicas y otros materiales en la construcción, la incorporación de plantas, etcétera. Esto redunda en techos más altos y traslúcidos, ventanas más grandes, balcones y patios, ambientes de uso diario que puedan también servir para el ejercicio y la meditación, así como el home-office y otras modificaciones en los hogares, donde pasaremos más tiempo. En este sentido, el hecho de que el uso de la tecnología esté haciendo que repensemos las salidas innecesarias, el teletrabajo, la telemedicina, el ocio, a medida que más millennials se acerquen a la edad en que piensan en comprarse propiedades es posible que pospandemia el espacio disponible sea cada vez más una variable atractiva a considerar en los hogares.
“Debemos reconocernos como parte del ecosistema y buscar otras formas de relacionarnos, en equilibrio, sin caer en una postura extrema que busca la extinción humana en pos de una preservación intacta de la naturaleza, pero tampoco seguir con la inercia que manejamos de explotar los ecosistemas hasta agotarlos. Necesitamos encontrar una forma en la que podamos convivir en equilibrio, que los ecosistemas y la humanidad prosperen juntas y no a expensas de la otra. Cuando hablamos de ‘los animales’ no olvidemos que los humanos somos una especie animal, aunque representemos menos del uno por ciento y seamos responsables de la extinción del 80 por ciento de las especies”, propone como corolario Nudelman.